La mañana del 3 de abril de 1817, en Almondsbury, Reino Unido, una extraña apereció por las calles del somnoliento pueblo, una mujer de un metro y medio de estatura, vestida con aire oriental, sobre la cabeza un mantón negro que se asemejaba a un turbante; hablaba un lenguaje completamente desconocido, y tuve que hecerse entender con los pueblerinos mediante señas. Por su aspecto parecía estar perdida o ser indigente, fue enviada al Supervisor de Pobres, quien a su vez la derivó a Knole Park, hogar de Samuel Worrall, magistrado del condado.
Eran tiempos cargados de paranoia; a pesar de la derrota de Napoleón y de haberlo encarcelado en Santa Elena, el gobierno inglés seguía temeroso de sus partidarios y espías, quienes aparecían en todas partes, complotando contra la Corona y preparando el retorno de Bonaparte al continente. Debido a ese miedo, cualquier persona extraña o sospechosa era tenida bajo vigilancia. Con aquella mujer no fue diferente. Pero a medida que convivían con ella, la desconfianza fue dejando paso a la intriga, pronto quedaron fascinados con esta mujer (en especial Mrs Worrall, la esposa del magistrado). El primer acercamiento se produja cuando la mujer vio una ananá, y empezó a gritar: "Anana, anana, anana". Sus manos eran muy terzas y suaves, como si nunca hubiera tenido que trabajar, jamás bebía un vaso sin habérlo lavado ella misma; a pesar de parecer llegada de alguna remota esquina del mundo, Mr. Worrall juzgó que era de complexión mediterránea, tal vez española, griega, italiana, incluso gitana.
Conforme pasaba el tiempo, iban comprendiendo la identidad de la mujer; supieron que su nombre era Caraboo, mientras se señalaba. Un marino portugués declaró que podía traducir lo que Caraboo decía. Así supieron que ella era una princesa, la gobernante de la isla de Javasu, en una vaga región geográfica entre el Indostán y Madagascar. Capturada por piratas para ser vendida como esclava, escapó cuando la vigilancia fue decuidada: Nadó por el enbravecido Canal de la Mancha hasta la costa inglesa.
Cuando los Worrall se enteraron que ella pertenecía a la nobleza, no se cuidaron de avíserla a todo el condado, incluso a la prensa. La noticia se esparció por los periódicos por toda Inglaterra. La princesa empezó a vivir a lo grande, como correspondía a su jerarquía; pasaba sus días danzando, practicando esgrima, jugando en el campo, adorando a su dios, Allah Tallah. Su pasatiempo más notorio y celebrado era nadar desnuda.Los Worrall, mientras tanto, asprovechaban el reflejo de la gloria de su princesa. Craboo frimaba autógrafos con unos extraños carácteres que varios expertos en lenguas extranjeras trataron en vano de descifrar, Sir Rodericus Barthius, de la Bodleiana de Oxford se declaró completamente derrotado por la 2poética y crepúscular lengua de Javasu", Charles Ferguson McNally, del Etheridge College renunció a su cátedra, avergonado por la derrota.
Sin embargo, todo llegó a un abrupto final cuando una dama de Bath, Mrs Neale reconció en el Bath Chronicle el retrato de la princesa como el de una criada que había tenido a su servicio, donde ella entretenía a sus hijos con una lengua fantasiosa de su completa invención, y que en realidad era Mary Baker, hijo de un zapatero remendón de Whiteridge, Devonshire. Forzada por las circunstancias, Caraboo admitió su impostura y confesó. Javasu no existía, el marinero había estado en connivencia con ella, la exritura que tantos desvelos causó no era más que meros garabatos fortuitos.
Declaró que siempre se había sentido atraída por lo novelesco y maravilloso, en contraposición con el desesperante prosaismo de su vida. Además, basada en otro antecedente de engaño, La Muchacha de Formosa (1703), sabía que posar como una extranjera despertaría la simpatías de la gente. Fue exitosa en evocar la imagen misteriosa y voluptuosa del Oriente en la mentes de aquellos aburridos ingleses de la campiña, que adoctrinados por Byron, Keats y Shelley asociaban a lo oriental con la maravilla y la aventura. Los editorialista de Gran Bretaña la propusieron como modelo de satirista, al burlarse de la constante frivolidad de los aristócratas.
Gracias a su encanto y carisma, pudo soportar y llevar bien el descubrimiento del engaño.Los Worrall la perdonaron, incluso Mrs Worrall le compró un pasaje a Philadelphia. Semanas después de su partida, un periodista inglés, Andrew Tattler, publicó un artículo en el que relataba cómo el barco que la llevaba a América se salió de su curso y encalló en Santa Helena. Allí habría conocido a al mísmisimo Napoleón, quien prendado de sus encantos, le había propuesto matrimonio. Ofrecimiento que ella rechazó. No era más que una broma, pero las subsiguientes biografía de Caraboo, publicaron esta historia como fidedigna. Su fama era notoria por aquellso lares, donde se formó un grupito de admiradores; siete años después, cansada de América, regresó a Inglaterra, eligió Bristol como su residencia. Allí daba contaba su hsitoria a quien quisiera escucharla. Conforme a su historia iba olvidándose, Mary encontró otro oficio, vendía sangujuelas a los hospitales y médicos (algo natural en la época). Murió tranquilamente el 4 de enero de 1865, fue enterrada en el cementerio de Hebron Road