Leyendo el prólogo al Tao Te Ching, el ingenuo y bienpensante comentarista hace el siguiente reproche:
Lástima que los estados no quieran seguir esta regla tan llena de virtud.
Desconoce que el Estado es incapaz de virtud alguna, y peor, deja entrever que podría hacer el bien si se lo propusiera, lo cual es imposible por su misma corrupta naturaleza. Es como pedirle al Sol que reduzca los 6000°C de su superficie, no puede porque es así. Y así es el Estado, una maquinaria inhumana de opresión que nunca deja de alimentarse.
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